Archives for category: Mitologias

Em toda a Alemanha, largas dezenas de igrejas são colocadas à venda. Sinais (muito positivos) dos tempos. Uma página web foi criada para o efeito: www.kirchengrundstuecke.de anuncia a venda de 170 templos e casas paroquiais e 140 terrenos baldios.

Igreja à venda por 81,000€, Duingdorf

Igreja à venda por 81,000€, Duingdorf

Casa paroquial à venda por 110,000€, Rollwitz

Casa paroquial à venda por 110,000€, Rollwitz

Igreja à venda por 640,000€, Hannover

Igreja à venda por 640,000€, Hannover

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Interessante notícia hoje no El País:

“La Iglesia evangélica clausuró entre 1990 y 2010, 340 templos de los cuales 46 fueron demolidos y es muy posible que otros mil templos tengan que ser cerrados en las próximas dos décadas a causa de un problema que el pastor Reinhardt Maiwack, portavoz de la institución, conoce de memoria. “Entre 120.000 y 150.000 personas abandonan la Iglesia cada año”, dijo el pastor a EL PAÍS.

Las estadísticas de la Iglesia Católica son similares. Según el informe anual 2011-2012 de la Conferencia Episcopal, 126.488 personas abandonaron en 2011 la Iglesia católica alemana, una sangría que obligó a los obispos a cerrar más de 400 templos. “En los próximos 10 años se calcula que unas 700 iglesias dejaran de ser utilizadas para celebrar la liturgia”, dijo el portavoz de la Conferencia Episcopal, Mathhias Kopp.

La venta de iglesias católicas y templos evangélicos en Alemania obedece a una ley categórica que impera en el capitalismo. Sin dinero y sin fieles, las naves religiosas pierden su razón de ser y las autoridades deben vender los edificios donde antiguamente se predicaba la palabra divina. Según estadísticas oficiales, actualmente hay en Alemania un 10% menos de católicos y un 17% menos de evangélicos de los que había a comienzos de los años noventa.

Pero la venta también dejó al desnudo un fenómeno que nunca ha terminado de ser aceptado por los fieles y que provoca inquietud. La gran mayoría de las iglesias que se venden son convertidas en atractivos restaurantes, pistas de baile, gimnasios y oficinas de lujo como ocurrió con la iglesia evangélica Stephanuskirche, en el elegante barrio Eimsbüttel de Hamburgo, o con el monasterio de Geistingen, cerca de Colonia, que fue transformado en un lujoso complejo de viviendas.

La metamorfosis de los templos religiosos en centro de consumo o en oficinas de lujo, que había sido aceptada de mala gana por los fieles, provocó recientemente una terrible polémica en Hamburgo, una ciudad rica, culta, liberal, tolerante y que está orgullosa de ser, como reza uno de sus lemas más conocidos, “una puerta abierta al mundo”.

La famosa tolerancia hanseática se hizo trizas cuando la población se enteró, a comienzos de febrero, que la iglesia evangélica Kapernaum ubicado en el barrio Hamburgo-Horn, y que aún luce una torre de 44 metros de altura, había sido adquirida por una comunidad musulmana, para convertir el histórico edificio en una mezquita.

La comunidad musulmana turca Al-Naour dará a conocer a la opinión pública en breve los planes que tiene para remodelar su interior y ya ha prometido que la fachada seguirá siendo la misma y que la famosa torre no será convertida en un minarete. “Lo que fue una casa de Dios, seguirá siendo una casa de Dios”, dijo Daniel Abdin, el líder de la comunidad. “La casa estará abierta a todos los que deseen visitarla”.

El edificio había dejado de funcionar como templo religioso en 2002 a causa de un mal que aqueja a la Iglesia evangélica y a la católica por igual. Más de 100.000 creyentes cada año dejan de asistir a los servicios religiosos y, más grave aún, dejan de pagar el diezmo. El templo de Hamburgo-Horn fue adquirido en 2005 por un empresario que prometió transformarlo en un parvulario. El proyecto nunca prosperó y, a fines de 2012, la comunidad Al-Naour, adquirió el edificio.

El negocio inmobiliario acabó con la convivencia pacífica entre cristianos y musulmanes en la tolerante y hermosa ciudad de Hamburgo y contagió al país con una polémica inédita que amenaza con envenenar las, de por sí, delicadas relaciones interreligiosas entre el mundo cristiano y el musulmán, en un país donde viven más tres millones de personas que rezan al profeta: ¿Permiten las reglas que rigen la vida de los evangélicos y católicos, convertir un templo en una mezquita?.

La Iglesia evangélica reformó sus estatutos y el año 2007 prohibió esa posibilidad, pero la medida no afectó a la venta del templo en Hamburgo. Los contratos de compra-venta de templos que firma la Iglesia católica incluyen, desde 2003, una cláusula que impide la transformación de un templo en una mezquita.

La obispo de Hamburgo, Kirsten Fehrs, intentó apagar el incendio con una frase que causó irritación entre su rebaño. “La Iglesia seguirá siendo una casa de Dios”, dijo, y añadió que deseaba llevar a cabo un dialogo entre cristianos y musulmanes libre de prejuicios, una visión que no comparte, por ejemplo, el pastor Ulrich Rüss, quien señaló que la divisa, “media luna en lugar de un crucifico”, además de ser contraproductiva dejaba al desnudo los efectos negativos de la secularización y los deseos de la religión musulmana de seguir expandiendo su poder en Alemania.

El obispo auxiliar católico de Hamburgo, Hans Jochen Jaschke fue un poco más lejos y se atrevió a calificar la operación de compraventa del templo evangélico como una desgracia y que era impensable intercambiar Ia Iglesia y el cristianismo con el islam, una opinión que también fue apoyada por la dirección regional de la CDU, el partido que preside la canciller Angela Merkel.

La polémica en torno a la iglesia reconvertida en mezquita alcanzó, hace una semana, un grado peligroso y que puede convertir el barrio en un campo de batalla, cuando unos 300 neonazis llevaron a cabo una protesta para impedir la herejía. De inmediato la agrupación Hamburgo contra Nazis convocó a sus miembros para que se apostaran en las inmediaciones de la iglesia. La sangre no llegó al río Elba gracias a la intervención de la policía, pero el incidente marcó el comienzo de una primavera caliente.”

Enrique Muller, El País

Recentemente, tem-se imposto em Portugal (onde tudo chega com um certo atraso, quando chega) um novo mito, que poderíamos muito sucintamente formular assim: o que é natural é bom.

Esta valorização da Natureza – iniciada há décadas por esquisitas criaturas ecologistas de cabelo comprido pouco adeptas do capitalismo e respectivos estilos de vida – converteu-se hoje numa das principais construções mentais da contemporaneidade. Aquilo que era património de marginais discriminados e odiados pela normalidade instituída deslocou-se para o centro da sociedade. Quem diria?

Moradia com "cobertura ajardinada", Bom Sucesso Resort, Óbidos

Moradia com “cobertura ajardinada”, Bom Sucesso Resort, Óbidos

O imaginário da burguesia poluidora (que nem sequer Kyoto consegue cumprir) foi permeado pelo estereótipo de que o verde e o natural simbolizam algo de automaticamente positivo. No Bom Sucesso Architecture Resort, Leisure & Golf (local a visitar urgentemente apesar dos seus pouco hospitaleiros seguranças), por exemplo, as fortalezas privadas desenhadas por grandes génios dessa peculiar forma de arte fúnebre que é a arquitectura contemporânea são empacotadas em vegetação, em natureza, em, como lhes chamam, coberturas ajardinadas. Estes invólucros verdes, agora na moda, traduzem uma muito curiosa sobreposição de mitos contemporâneos: o mito do natural sobrepõe-se sobre o (já aqui tratado e não menos actual) mito da neutralidade – que se exprime no branco imaculado das luxuosas fortalezas privadas, símbolo da higiene, da pureza e da inocência, a que as elites contemporâneas abundantemente recorrem para aliviar a sua má-consciência (que deriva de serem as grandes privilegiadas por um sistema económico que é, como toda a gente sabe, contrário à equidade e aos mais elementares direitos humanos).

O mito da 'neutralidade' empacotado dentro do mito do 'natural', Bom Sucesso Resort, Óbidos

O mito da ‘neutralidade’ empacotado dentro do mito do ‘natural’, Bom Sucesso Resort, Óbidos

Inúmeras representações e idealizações do puro, do não-poluído, do ecológico penetram o imaginário da classe mais favorecida pela economia global. À medida que promove a rápida destruição do planeta, esta classe aumenta paradoxalmente o seu interesse pelo que está no pólo oposto daquilo que favorece essa destruição. Este comportamento esquizofrénico exprime-se em múltiplos exemplos, dos quais agora me ocorrem os seguintes:

  • quanto mais auto-estradas arrasam paisagens e lugares rurais por esse mundo fora, mais os seus habituais utilizadores se sentem atraídos pelo mundo rural arrasado, onde procuram instalar as suas segundas casas;
  • quanto mais produtos químicos contêm os alimentos que se vendem nos super-mercados, mais os seus consumidores, quando possuem uma hortinha minúscula no seu jardim, desejam mantê-la livre de adubos químicos e herbicidas;
  • quanto mais culturas ultra-intensivas de eucaliptais, pinhais, olivais, vinhas, etc., se estendem pelo território, convertendo-o em desertos verdes fabricados para multiplicar o capital investido, mais as poucas paisagens selvagens que ainda se conservam no planeta despertam a curiosidade turística e animam as suas excursões;
  • quanto mais a expansão geográfica da produção de mercadorias para a burguesia contribui para extinguir da Natureza os animais selvagens, onde se devem incluir as abelhas, mais esta burguesia (que frequenta os shopping e os hiper-mercados onde se vendem as mercadorias que resultam precisamente dessa expansão geográfica do capitalismo) gosta de assistir aos maravilhosos documentários sobre vida selvagem da BBC e da National Geographic;
  • quanto mais restos de medicamentos (através do lixo mas também da urina) se dispersam pelo meio ambiente, mais as saudáveis mezinhas tradicionais ganham novo fôlego;
  • quanto mais os hotéis da burguesia destroem massivamente, uma por uma, as paisagens mais deslumbrantes do território, mais o eco-turismo se impõe como a nova Meca do lazer burguês;
  • quanto mais a água que sai da torneira é tratada quimicamente, mais os spas de puras águas termais gozam de um prestígio crescente;
  • etc., etc.,

Estes diversos exemplos traduzem a centralidade que uma mesma ideia possui hoje para a burguesia que artificializa, polui e destrói massivamente o planeta (enquanto procura convertê-lo num shopping global onde tudo se converte em espectáculo para ser vendido e consumido): o que é natural é bom.

Vai umas férias nos Açores este Verão, entre florestas, prados, cascatas e as baleias do oceano?

Eis o interessante mito, revelado através de três casos históricos singulares:

1: A mitificação do camponês

2: A agricultura familiar no fascismo

3: A agricultura familiar no nazismo

Interior de conhecida loja de móveis e decoração, Hospitalet (Barcelona), 2009, Joan Villaplana

Estação de metro Concorde, foto da colecção ‘Metropolis’, Paris, 2004-7, Joan Villaplana

A contemporaneidade gostaria de ser neutra.

A paisagem contemporânea é branca.

Eis duas evidências que julgo importantes para entendermos o mundo lá fora.

Casa da Música, Porto, 2004(?), Rem Koolhaas

Mas há mais.

O branco não tem pátria.

A contemporaneidade tão pouco – ainda que a sua origem seja mais norte-americana do que albanesa ou cabo-verdiana.

Ambos fazem parte deste mundo global, sem passado nem identidade, que apenas quer saber do presente; do aqui e do agora. Um mundo sem transcendências que cultiva as imanências, tal como se percebe das mensagens que os publicitários criam para levar-nos a aderir ao maravilhoso mundo da mercadoria: “Viva o momento!” (Vodafone).

O culto à higiene, à pureza e à castidade traduz-se em materialidades brancas, que encontramos não apenas em cozinhas, casas de banho e escolas, mas também em tudo o resto. Até já surgiu a moda do branco imaculado nos automóveis de novos-ricos que se querem fazer passar de modernos, de contemporâneos.

‘Branco’ é sucesso, Lugar e data desconhecidos, A. Kromushin

Entre outras coisas, o branco simboliza a pureza e a inocência. Talvez por isso, e também como forma de aliviar a sua má-consciência, o novo-riquismo cosmopolita (dos privilegiados por este sistema económico iníquo e perverso) recorra ao branco. Porque, ao contrário do preto (das viaturas de governantes e industriais, do traje de arquitectos, da maioria de gadgets), o branco purifica, purga.

A contemporaneidade é a época da pseudo-neutralidade, política, cultural, estética. Da indiferença extrema perante qualquer tomada de posição relativamente à pólis, ao quotidiano, à colectividade, à arte, ao espaço, à paisagem.

Trata-se de uma época dominada pela primeira classe social da história, a classe média, que (a não ser que lhe toquem no património ou na conta bancária) jamais toma partido; e que, aos que tomam partido (na defesa do ambiente, da cultura, da verdade, da rés-pública ou simplesmente do futuro), denomina de radicais e, por vezes, de terroristas. Talvez por isso eu seja um perigoso extremista: por tomar partido.

É por acreditar no mito da neutralidade, que a burguesia que domina os negócios e os média (e a pequena burguesia que procura avidamente arranjar emprego num desses negócios e entretenimento em todos esses média) trata a revolução como o grande mal que nunca pode chegar. À violência da revolução que nunca chegará, contrapõe o pacifismo da pseudo-neutralidade reinante. Por isso, a violência dos oprimidos (em Londres, em Paris ou em Atenas) surge nos média como um crime bárbaro e inqualificável, não tanto por abalar profundamente o marasmo e a apatia em que se vive, como por atacar um mito fundacional do momento em que vivemos. Um mito que, por ser colectivamente partilhado, sustenta e justifica o presente.

O branco asséptico que vemos chegar ao nosso quotidiano, à sua cultura material, transporta este mito da neutralidade, o qual procura inscrever no nosso imaginário colectivo. Talvez por isso seja tão branca a face imaculada que a contemporaneidade gosta de mostrar de si própria.

Toda a sociedade crê nos seus mitos. E a nossa, ao contrário do que muitos julgam, não é excepção. Bem pelo contrário.

No entanto, raros são os autores que se têm dedicado ao estudo das construções mentais, dos valores morais e dos estereótipos sociais que os indivíduos das sociedades contemporâneas (serão várias? ou será tudo a mesma?) idealizam e que são decisivos para os seu comportamentos.

Nesta série de posts, usarei a paisagem – que considero um mediador central nas relações sociais e nas comunicações dos humanos entre si – enquanto perspectiva para identificar os novos mitos que se estão a formar e reproduzir no nosso imaginário colectivo.

O segundo mito que tratarei nesta série é o estranho mas real mito da posse do mundo.

Este mito resultaria de mais uma invenção da minha criativa cabeça se não existisse uma página na Internet exclusivamente dedicada à venda de ilhas privadas, espalhadas por todo o mundo, na Croácia, na Grécia, no arquipélago das ilhas Fidji, nas Honduras, no Brasil, no Canadá, no Panamá, nas Bahamas, no Chile, em Portugal… em Portugal?! Não, ainda não. Quando questionado nesse sentido, o site informa: “Sorry, there are currently no islands available for sale in Portugal.” É pena…

Enquanto centenas de milhões de pessoas, que habitam as favelas das metrópoles do terceiro mundo, sonham persistentemente com uma latrina onde possam satisfazer as suas necessidades mais elementares, centenas de milionários visitam avidamente a inacreditável mas verdadeira (veja com os seus próprios olhos) página http://www.privateislandsonline.com/, em busca de uma ilha privada onde possam satisfazer uma das suas necessidades menos elementares: simular a posse do mundo, a propriedade sobre um cosmos perfeito, redondo, acabado.

No meio apenas da infinitude oceânica, e absolutamente fora do mundo e da história, ou seja, à margem da conflitualidade e das tensões que as animam, os compradores de ilhas apropriam-se de paisagens inteiras que começam em terra e acabam no horizonte marítimo. Ou seja, não acabam; são infinitas, porque, como todos sabemos desde criancinhas, o mar está pegado ao céu.

Os mais pobres deverão contentar-se com um iate para desfrutar da sensação única que resulta da experiência de dominar, sem concorrência, uma ampla paisagem, neste caso oceânica.

Esta vontade de sentir-se Senhor de todo um cosmos está longe de dizer respeito apenas a uma pequena elite, composta pelos indivíduos mais privilegiados pelo sistema económico. Na verdade, esta elite é invejada por muitos milhões de pobres, de operários, de mendigos, de pequeno-burgueses, de donas de casa, de imigrantes que são postos ao corrente dos seus costumes pela infalível imprensa cor de rosa.

Porque é alimentado por bombardeamentos constantes de publicidade cada vez mais sofisticada, que nos vende sempre a mesma ideia de que há um maravilhoso e imenso mundo exclusivamente concebido para girar em torno de nós para nos servir sempre melhor, este mito da posse do mundo toca em todos nós. Sim, caros leitores, ele toca, e em cheio, em todos vós.

Bem lá no fundo, ou se calhar nem tão fundo assim, todos gostaríeis de ter a vossa ilha privada, ou o vosso iate, ou o vosso apartamento na torre mais alta do Dubai. Para poderdes participar dessa experiência a que se dedicam todos os milionários do planeta: simular a posse do mundo.

Toda a sociedade crê nos seus mitos. Também a nossa, que muitos julgavam irreversivelmente descrente, idealiza determinadas construções mentais, valores sociais e morais e estereótipos, que são decisivos para o comportamento dos indivíduos.

O nosso imaginário foi permeado por construções, valores e estereótipos deste tipo. Quando olhamos o mundo à nossa volta, existe sempre um quadro mental e moral que empregamos para valorizá-lo e dotá-lo de significado.

A paisagem dá-nos uma perspectiva privilegiada e singular para identificarmos (e reflectirmos sobre) o conjunto de novos mitos que se estão a formar e consolidar bem à frente dos nossos olhos. Na verdade, uma parte central destas novas mitologias não se poderia constituir sem a paisagem, como espero demonstrar nesta nova série de posts.

Quando todos pensávamos que o espaço virtual da cibernética, as redes modernas de transportes (avião, TGV, auto-estradas, metropolitano) ou essa anti-paisagem que é o  interior do shopping estavam em vias de erradicar a paisagem da contemporaneidade, de torná-la supérflua, desnecessária, arqueológica, eis que a paisagem se afirma como mediador central nas relações sociais e nas comunicações dos humanos entre si.

Como dizia Montaigne, a nossa condição é maravilhosamente corporal. Não podemos efectivamente prescindir do nosso corpo. E, portanto, tão pouco das materialidades à nossa volta (que dão um sentido à existência do nosso corpo), de entre as quais a paisagem, a principal de todas elas.

O primeiro mito que tratarei nesta série é o mito da infinitude.

Revista espanhola da minha colecção privada de itens publicitários, Évora, 2011, Pedro Duarte

Um apartamento com amplas vistas, de preferência para o mar, é o desejo de qualquer um de nós. Esta necessidade contemporânea de amplitude, esta aversão à claustrofobia traduz-se igualmente na moda dos cruzeiros, onde o único limite é a linha do horizonte no alto mar.

Antes reservada à religião ou à filosofia, a infinitude é hoje avidamente procurada pelos indivíduos mais successful da nossa sociedade. E é através da paisagem, do seu domínio visual, que essa infinitude pode ser efectivamente alcançada. Na terra ou no mar, no ar ou em água, não há, nos círculos mais prósperos do Ocidente, quem não sonhe hoje com ela. Num hotel em cima do mar ou numa ilha privada.

paisagem infinita (que hotéis, resorts, condomínios privados, iates e cruzeiros proporcionam aos seus utentes, pelas amplas vistas a que dão acesso) simula o pequeno império a que os 2500 impactos publicitários diários que recebemos (na tv, no jornal, na estrada, na caixa do correio, na prateleira do supermercado) nos levam a desejar: um império repleto de maravilhosas mercadorias. Explorar a infinitude da paisagem é assim o artifício a que recorrem aqueles que, das suas fortalezas privadas, desejam estender simbolicamente o seu domínio, expandir o seu império individual, torná-lo real, material, sensorial, palpável, experienciável pelos seus ou por outros corpos.